lunes, 11 de mayo de 2009

"Zapatos marrones" de Theodore Sturgeon

Se llamaba Mensch. Esto fue en un tiempo una broma entre ellos, pero luego se tornó en amargura.
—Ojalá te hubieras mantenido siempre como fuiste —le decía ella— quejándose de noche, saltando de la cama y caminando en la oscuridad, sin decir jamás por qué; dejándonos que pasáramos hambre, sin que te importara cómo vivíamos o cómo estábamos. Solía regañarte por ello, pero en realidad, nunca me importó demasiado. Lo soportaba sin problema, y lo hubiera seguido soportando siempre, porque a pesar de todo hacías lo tuyo, eras un alma libre.
—Siempre viví como me pareció —dijo Mensch— y te expliqué el porqué.
Ella hizo un sonido que pareció ser de asco.
—¿Quién hubiera podido comprenderlo? —Era una forma de decir basta, una vieja forma, algo que había recordado, elaborado y no comprendido durante años, algo que la hacía sentir cansada—. Y solías amar a los seres humanos. Verdaderamente amarlos; como cuando aquel muchacho rompió la toma de agua y la luz de la calle de enfrente de casa, y tú te mantuviste firme frente al alboroto y a los abogados, y conseguiste enviarlo al hospital, librándolo de firmar nada comprometedor, porque pensaste que no lo había hecho con mala intención. O la vez que pusiste patas para arriba el hotel barato aquel, para hallar la dentadura postiza de Víctor, y se la llevaste a la cárcel. Y todo el tiempo que te pasabas esperando en el hospital, a que le hicieran el tratamiento a aquella señora, no he olvidado su nombre, que se sentía tan mal por su cáncer de garganta, y a quien luego acompañabas a casa, a pesar de que casi no la conocías. No había nada que no hicieras para ayudar a tus semejantes.
—Siempre hice todo lo que pude, nunca me evadí.
Ella hizo un gesto de desprecio.
—Si, igual que Henry Ford o Andrew Carnegie, o la familia Krupp. Le dan trabajo a millones de personas, y pagan miles de millones de dólares en impuestos. Me conozco esa historia de memoria.
—Mi historia no es la misma —respondió él dulcemente.
Entonces ella lo dijo, sin odio y sin pasión, sin demasiado énfasis, lo dijo con una voz apagada.
—Nos amábamos y tú renunciaste.

Se amaban. Ella se llamaba Fauna; y era una broma privada: Fauna, lo animal, y Mensch, lo humano. Y todo lo que había entre ellos. "Sodoma se avecina" decía él citando mal a Chaucer. "Alto canta el cornudo" (porque ella tenía un esposo entre las lecciones de clavicordio, las alfombras de manufactura casera sin terminar, el proyecto de una obra de teatro y todos los otros planes que guardaba en la buhardilla de su vida).
Mensch fue el primero a quien ella hubiera podido permanecer constante. Era una de esas personas que esperan a que llegue lo trascendente, olvidando todo lo otro que se les presenta. en cuanto se dan cuenta de que no es lo que deseaban. Cuando alguien así tiene la fortuna de hallarlo, es para siempre, y los demás dicen: "¡Como has cambiado!" Aunque no ha cambiado.

Pero sucede que cuando lo trascendente llega hasta su vida, y no funciona como es debido, ya nunca más terminará nada. Nunca.

Eran muy jóvenes cuando se conocieron y ella tenía una casita en un bosque cerca de una ciudad de esas que tienen la reputación de ser centro de turistas, de artesanos y de artistas, y que, en algunas ocasiones hacen honor a su fama. La gente rara no es mal mirada allí, exigiéndosele solamente que (a) atraiga, o por lo menos no espante, a los turistas; y (b) que nunca se haga rica. Nada perturba mas a la gente que realmente lleva las riendas de una ciudad que alguien que llegue a ganar mucho dinero. La gente comienza a escucharlo y eso podría cambiar el estado de cosas. Fauna no deseaba cambiar nada. Era una chica bonita y esbelta, a quien le gustaba ir desnuda debajo de vestidos amplios y muy largos, y cuidar de todas las cosas enfermas siempre que no fueran capaces de hablar: pájaros con las alas rotas, filodendros y objetos similares. Y agreguemos a esto mucha música. Mucha en cantidad, y de distintos tipos. También le gustaba hacer con habilidad cosas que no terminaría hasta que lo trascendental llegara a su vida. Tenía un título de propiedad en regla de la casita donde vivía, y un trabajo por medio día en una de las tiendas del lugar. Era pintoresca, no pedía nada y jamás se veía involucrada en marchas, peticiones o cosas así. Consideraba que se debía ser bondadoso con todo el mundo, y pensaba... bien, diremos que en realidad no pensaba, sino que sentía que si es bondadoso, esa dulzura se desparramará por todo el mundo, como un bálsamo curativo, y que eso es lo que se debe hacer para luchar contra las guerras y la injusticia. Así que la aceptaban y casi diría que la aprobaban en el medio que la circundaba, incluso pavimentaron la calle que pasaba frente a su casa, y colocaron la luz y la boca de incendios.

Mensch entró en este panorama con cabello largo, guitarra a su espalda, una cabeza llena de buenos libros y una gran cantidad de inquietudes. Comenzó a vivir con Fauna al día siguiente que ella descubrió que su guitarra estaba afinada como un laúd. El también tenía manos hábiles, y terminaba lo que empezaba, completando la tarea con la manufactura de otros doce objetos iguales: hermosas bases para las listas de las compras de la cocina, hechas con maderas locales trabajadas a mano, que tenían un filo en el extremo para poder cortar un trozo de papel grande o pequeño, adornos para chimeneas y peladores de manzanas, que podían venderse en las pintorescas tiendecitas del lugar, con lo cual se ganaba la vida. También sabía de transistores, de engranajes helicoidales, eslabonamientos excéntricos y cosas corno pilas de combustibles y otras similares. Comenzó a manipular mucho en el cuarto de atrás con imanes, ejes y líquidos coloreados de distintos tipos, y un día tuvo una idea, a raíz de la cual se lo vio jugando con tijeras, cartones y algunas partes de metal. Lo que hizo era sobre todo un marco con un rotor, pero estaba hecho con ciertas cosas, de una cierta manera. Cuando lo terminó de armar, el rotor comenzó a andar, y comprendió. Hizo ciertos arreglos en el rotor, que estaba construido sobre todo con cartón, y éste emitió un sonido agudo y comenzó a girar con tal velocidad que el eje, hecho con un material precario y barato, gastó el punto de apoyo que tenía en el cartón y voló a través del cuarto, desparramando pedacitos de metal. El no hizo ningún esfuerzo por juntar las partes desprendidas, sino que se levantó y entró al otro cuarto. Fauna lo miró, corrió hacia él y le prguntó: "¿Qué te pasa, qué sucede?" pero el se limitó a mirarla de nuevo en silencio, con un aspecto totalmente anonadado, mientras las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas. No pareció darse cuenta.

Entonces fue cuando él comenzó a gemir en sueños, saltando luego de la cama y caminando en medio de la noche, en la oscuridad. Cuando, años más tarde, ella le reprochó el que no le hubiera contado nada, él admitió que era verdad, pero lo que en realidad pasó fue que en ese momento él le explicó que lo que tenía en la cabeza era tan importante que algunas personas podrían matarlo para enterarse y robarle el invento, u otros para que jamás se pudiera poner en práctica, y que no le contaba lo que era, porque la amaba y no quería que estuviera en peligro. Fauna lloró mucho y le dijo que él no confiaba en ella, pero él le respondió que aunque confiaba plenamente, su deseo era protegerla y no echarla como pasto a los lobos. También dijo, y a esto se debían todos sus quejidos y sus paseos nocturnos, que lo que tenía en la cabeza podía hacer que los desiertos florecieran y posibilitaría el alimentar a quienes sufrieran hambre en todo el mundo, pero que sí se usaba indiscriminadamente podría convertirse en una plaga, no por lo que era sino por lo que la gente haría y que el primero que muriera a raíz de eso, moriría por causa suya, y eso era una idea que no podía soportar. Tenía que tomar una decisión, pero antes le era necesario saber si la muerte de una persona era un precio demasiado grande para la felicidad y seguridad de millones y si la muerte de varios miles se justificaría frente a la posibilidad de terminar definitivamente con la pobreza. Agregó que sabía historia y psicología, además de tener la mente de un matemático y unas manos hábiles y que, por lo tanto, era plenamente consciente de lo que sucedería si tomaba una u otra decisión. Por ejemplo, sabía a quienes podía pasarle la idea y la responsabilidad a cambio de suficiente dinero para mantenerlo a él, a Fauna y a un par de cientos de amigos íntimos, si era necesario, con todo lujo, durante el resto de sus días.
Todo lo que tendría que hacer sería firmar unos papeles y ver su invento para siempre enterrado en la caja de seguridad de alguna gigantesca compañía, porque había por lo menos tres potencias industriales que se disputarían el privilegio. O lo matarían.


También pensó en la posibilidad de hacer grandes cantidades de copias de su invento y desparramarlas sobre varias ciudades de todo el mundo. O de hallar científicos e ingenieros competentes y éticos para formar un grupo que se encargaría de la manufactura y del patentamiento del artefacto, usándolo solamente para el bien. Bien, pero eso puede hacerse con un nuevo raticida o con una máquina de coser perfeccionada, pero no con algo suficientemente potente como para cambiar la faz de la tierra, eliminar el hambre, el "smog" y la indiscriminada explotación de materias primas; y menos porque podría terminar con la industria petroquímica (excepto en lo que respecta a las pinturas y a los plásticos), las compañías eléctricas, los motores de combustión interna y todo lo que se refiriera a su fabricación y al combustible que las mantiene en marcha, llegando incluso a sustituir la energía atómica en la mayoría de los casos.
Mensch trató de decidirse a no hacer nada, lo que causó los quejidos y los paseos nocturnos, pero no lo logró. La idea lo atormentaba. Entonces decidió actuar e imaginó los pasos a seguir. Su primera parada fue en la barbería de la ciudad.

Fauna no dijo nada por esto ni tampoco cuando él se consiguió un trabajo en Flextronica, el centro local de industria liviana, que tenía un contrato con el gobierno para fabricar partes de computadoras y que era despreciada por el núcleo de la ciudad que se dedicaba al arte, a la literatura y a las bibliotecas. La necesidad de mantener un horario regular la apabulló y a pesar de que él actuaba igual en la casa (si bien su aspecto físico no era el mismo), la muchacha comenzó a preocuparse mucho. Nunca había visto tanta cantidad de dinero junto como la que él traía los días de pago y por primera vez en su vida tuvo que mantenerse tozudamente dedicada a remendar, improvisar y actuar como antes, sin tener que dar como excusa la pobreza. Las explicaciones que se daba para vivir en la misma forma parecían tener cada vez menos fuerza, cosa que la tornó aún más empecinada y más rara. Y luego él compró un coche, cosa que ella consideró una verdadera inmoralidad.

Lo que la desgarró, fue que alguien le contó que él había ido a la reunión de la comisión de vecinos cosa que ella nunca había hecho, y que había propuesto que se dictaran ordenanzas prohibiendo sentarse sobre el césped de los parques, tocar instrumentos musicales, nadar en el lago cercano luego de la puesta del sol y, por último, contratar más policías. Cuando ella le pidió una explicación, él la miró tristemente durante un largo rato, sin negar la acusación pero rehusándose a discutirla y finalmente se fue.

Se alquiló un cuarto limpio en una casa de huéspedes muy respetable cerca de la fábrica, trabajó como un condenado hasta lograr su diploma y luego continuó concurriendo a cursos nocturnos hasta que logró otro título más. Comenzó a merodear alrededor del lugar donde se reunía la Legión las noches de los sábados, tomó un poco de cerveza pero convidó a todo el mundo con mucho whisky. Aprendió una gran cantidad de chistes sucios y los contaba calculadamente: dos tercios sexo, un tercio letrina.

Finalmente pidió licencia en su puesto, adonde había llegado ahora a jefe de sección y se trasladó río abajo hasta una ciudad universitaria donde siguió estudiando para lograr un título de posgraduado en ingeniería, mientras que de noche comenzó a estudiar derecho.
La vida se le había tornado muy difícil porque tenía que cuidar cada monedita y seguir manteniendo sus pantalones planchados y sus zapatos marrones bien lustrados, cosa que siempre hizo. Halló tiempo para concurrir a la iglesia local y terminó siendo un miembro distinguido de la comunidad religiosa, tomando siempre como texto de referencia las homilías del Almanaque del Pobre Ricardo, de Franklin y citándolas (tal como lo hacía el autor) como si creyera en ellas.
A su debido tiempo rediseñó su invento, no con cartones y cola, sino con materiales debidamente fabricados que tenían mucho de trampa y que estaban bobinados en forma tal que los efectos se anulaban.
Entonces llevó todos sus diplomas de graduado, de posgraduado, los trabajos científicos que había publicado, sus patentes y su meticuloso corte de cabello, conjuntamente con una carta de presentación de su pastor, a un Banco, donde obtuvo suficiente dinero en préstamo como para comprar una compañía próxima a la ruina, que fabricaba cintas conductoras portátiles. Allí terminó de completar su invento y salió a la callé a tratar de venderlo. Se vendió magníficamente bien. Así debía ser. Permitía que un acumulador de automóvil de seis voltios se cargara durante un año, sin necesidad de ser reemplazado ni recargado, cosa que no era extraña porque la carga era alimentada por un pequeño bultito negro casi escondido, que a pesar de su tamaño insignificante y de no requerir combustible, movilizaba las piezas necesarias indefinidamente, hasta que había que reemplazar las partes mecánicas.

No pasó mucho antes de que la competencia comenzara a comprar su invento y a desarmarlo minuciosamente, para tratar de ver de donde venía tan obscena eficiencia. Las trampas que había armado fueron capaces de vencer a la mayoría, pero uno o dos jóvenes inteligentes, conjuntamente con algún canoso experto, pudieron llegar a la conclusión de que ese bultito tan pequeño hacía girar la pieza indefinidamente sin combustible, y a considerar la maravilla que sería si se colocara tal cosa en un automóvil o en un aeroplano. O bien si se deseara extraer agua en el desierto o generar luz y energía en las perdidas montañas y selvas, sin tener que construir caminos o vías ferroviarias ni tender cables conductores. Alguno de estos hombres fueron a verlo a Mensch. El los contrató, ligándolos con lazos de dinero y con otros beneficios o los hizo vigilar a fin de disuadirlos, o los desacreditó o, cuando hizo falta, los arruinó.

Inevitablemente, llegó el día en que alguien fue capaz de reproducir el efecto Mensch, pero para ese entonces su descubridor ya poseía toda una bien montada oficina llena de abogados con lápices de buenas puntas y claras instrucciones al respecto. El hábil operador que había duplicado el efecto y que había invertido todo lo que tenía y todo lo que pudo pedir prestado, en esa tarea, se encontró en tal lío de vueltas y revueltas legales, que vendió su planta a Mensch a precio de costo y aceptó, agradeciendo su trabajo que le permitía continuar al frente de la misma. Digamos que ese fue el primero.

Entonces aparecieron los militares. Pero Mensch ya estaba listo para enfrentarlos y a sus planes de apoderarse de sus patentes en nombre de la necesidad de la nación. Permitió entonces que en el juego de tira y afloje lo fueran ascendiendo de posición a medida que sus negativas eran cada vez más decididas y que las amenazas eran cada vez más y más tremendas, hasta que se lo vio emerger en la cima del grupo de civiles que eran los que les daban órdenes. Este encuentro fue propiciado por un obispo, porque en ningún momento Mensch había pasado por alto sus deberes para con su iglesia, incluyendo sus donaciones, sus concurrencias a las escuelas de vacaciones bíblicas, a los almuerzos campestres o a las quermeses. Y Mensch, en este pináculo de riqueza, poder y respetabilidad, pudo enseñarle al presidente los documentos que había colocado por duplicado en un Banco suizo, los cuales, el día que sus patentes fueran amenazadas por los militares, determinarían la donación de las mismas a los institutos de investigación de Albania y de otros países situados al Norte y al Este. Así fue como no lo molestaron más.

El año siguiente, un auto propulsado por el efecto Mensch ganó la carrera de Indianápolis. No era tan veloz como los Granatelli; simplemente, lo que sucedió fue que continuó andando, dando vueltas y vueltas sin parar en ningún momento. Por supuesto, al comienzo las cosas quedaron como paralizadas, pero la conclusión inevitable fue que la industria del automóvil capituló y con ella la gente de los combustibles fósiles. Luego, siguieron la energía y la luz eléctrica y, a medida que el gas, el vapor y los motores diesel resultaron obsoletos fueron reemplazados por los que se movían gracias al efecto Mensch, y entonces las plantas atómicas comenzaron a esperar su turno.
Fue inmediatamente después de la victoria lograda en Indianápolis que Mensch donó las patentes a Albania, de todos modos, porque, claro está, nunca dijo que no lo haría, y el invento rápidamente llegó a surgir en Hong-Kong y de ahí a desplazarse al continente.

La Unión Soviética clamaba a quien quisiera oírle, que el efecto Mensch había sido descubierto por Sidkovsky, quien lo había dejado de lado por hallarse más interesado en los cohetes, pero ni siquiera los rusos pudieron mantener tales asertos durante mucho tiempo sin echarse a reír ellos también, y comenzaron a tratar de vencer a todas las otras naciones en su deseo de perfeccionar el invento. Ningún tipo de trampa podría sobrevivir frente a una situación como esta, puesto que las trampas necesitan verdaderas enredaderas de leyes sobre patentes para crecer y prosperar, y no pasó mucho tiempo antes de que los soviéticos (en realidad fue un científico checo, lo que es lo mismo ¿no es así?, bueno, los soviéticos decían que era lo mismo) pudieran proclamar a los cuatro vientos que habían mejorado y refinado el invento, reduciéndolo a un simple marco que daba apoyo a una parte móvil, el rotor, realizados ambos en sustancias muy comunes que una vez bien armadas funcionaba inmediatamente. Por supuesto, eran el mismo marco y rotor con los que Mensch, lleno de terror y de lágrimas, había comenzado su larga carrera y el "perfeccionamiento" checo, o sea soviético, fue como todo lo otro, algo que él había previsto y planeado. Porque ahora no había un sólo taller de mecánico, por humilde que fuera, en todo el mundo, que no comenzara su día poniendo en marcha los rotores de Mensch. Las infracciones a las leyes de patentes ocurrían tan a menudo, que ni siquiera el alto rascacielos que Mensch mantenía lleno de águilas legales hubiera podido detener su curso. Y no trataba de hacerlo, porque...

Por segunda vez en la historia moderna (la primera fue cuando un hombre extraordinario llamado Kemal Ataturk actuó en forma similar) alguien que había llegado a una posición de dictador de una nación, abdicaba luego de haber alcanzado su meta. No le importó un bledo a Mensch que los sabios escritores de editoriales, con sus cultos dedos índices colocados sobre las partes laterales de la nariz, señalaran que se había vencido a sí mismo, que había estremecido su propio imperio, al extender sus límites y que al haber liberado sus patentes al dominio público, sólo estaba haciendo un trágico y vacío gesto hacia lo inevitable. Mensch sabía lo que había hecho y por qué, y lo que otra gente pensaba no era de su incumbencia.

—Lo que sí importa —le dijo a Fauna, en su casita pequeña cerca de la boca de incendios y del farol de la calle— es que no existe una sola choza en Africa o en Asia donde no puedan extraer agua, arar la tierra, o calentar y alumbrar sus hogares, gracias a una planta energética lo suficientemente simple como para ser fabricada por cualquier mecánico, en cualquier taller precario. Las pequeñas mueven juguetes o trasladan rocas. Las grandes pueden dar luz a una ciudad. Tiran de los vagones de los trenes o afilan la punta a los lápices, sin requerir combustible. Actualmente, el agua desalinizada del Mediterráneo se vuelca en el Norte del Sahara. Allí se construirán nuevas ciudades, tal como las había hace cinco mil años. En diez años más el aire estará considerablemente más limpio, y ya la demanda de petróleo ha descendido tanto que se han interrumpido casi las perforaciones. "Tener" y "no tener" ya no significan más lo mismo, porque todos tenemos acceso a energía barata. Y por eso lo hice, ¿te das cuenta?
Realmente, se lo veía muy interesado en que ella lo comprendiera.
—Te cortaste el pelo —le dijo ella con amargura—. Usaste esos horribles zapatos y te convertiste en un... en un tifón.
—En un "tycoon" —la corrigió él, con aire ausente—. Pero, Fauna, escúchame. Recuerda cuando éramos jóvenes, las protestas y los alborotos que se armaban en las universidades. Trata de pensar, entonces en un pequeño aspecto de la situación. Suponte que un grupo de estudiantes quisiera tomar el edificio de la administración. ¿Cómo lo haría? Por la fuerza, llenando los caminos y los senderos. ¡Oh! ¡Escúchame! —porque ella había comenzado a menear la cabeza y a abrir la boca para interrumpirlo— por los caminos y senderos. Pero cuando estos fueron construidos, los planificadores y arquitectos no los pusieron allí para ser usados de tal manera ¿verdad? Pero no importa, cuando la multitud quiere llegar al edificio de la administración, utiliza el camino que encuentra hecho. Y esto es todo lo que yo hice. El modo de obtener lo que yo quería, era con el pelo corto, con los zapatos marrones, con la publicación de trabajos de posgraduados, con los Bancos, con las oficinas y con el gobierno y con todas esas cosas que estaban allí para que yo las utilizara.
—No te hacía falta todo eso. Yo creo que lo que realmente querías era movilizar las cosas y sacudirlas para figurar en los periódicos y en los libros de historia. Podrías haber fabricado tu motorcito en esta casa, haberlo enseñado a la gente y vendido mientras te quedabas aquí tocando la guitarra y todo hubiera sucedido exactamente igual.
—Pues no, te equivocas —respondió Mensch— ¿no sabes, acaso, en qué clase de mundo vivimos? Vivimos en un mundo en el cual, si un hombre presenta una curación segura para el cáncer y por otra parte se ha casado con su hermana, sus vecinos quemarían meticulosamente su casa junto con todas sus anotaciones. Si un hombre ha construido la más bella torre del país y luego comienza a creer que Satán debiera ser adorado, se haría saltar por el aire su torre. Conozco un grande y conmovedor libro escrito por una mujer que más tarde se volvió loca y escribió libros insanos y nadie más quiso ya leer su gran libro original. Podría citar tres tipos de tratamientos psiquiátricos capaces de cambiar la faz de la tierra, pero cuyos descubridores fueron a parar a institutos para insanos y a las creencias llamadas religiones e hicieron el papel de tontos, tontos peligrosos en ese sentido, y nadie quiere ahora saber nada de sus descubrimientos previos. Grandes políticos no pudieron llegar a ser grandes gobernantes porque eran divorciados. Y yo no iba a permitir que el aparato Mensch fuese robado o sepultado o sometido a burla y olvido, sólo porque yo tenía el pelo largo y tocaba la guitarra. Tú sabes que es fácil tener el pelo largo y tocar la guitarra y ser amable con la gente, cuando todos alrededor hacen lo mismo. Mucho más difícil resulta ser el primero que hace algo porque entonces debes pagar un precio, se mofan de ti, te apedrean y te aíslan.
—De modo que, para evitarlo, te uniste a ellos —dijo Fauna en forma acusadora.
—Me valí de ellos —replicó llanamente— aproveché cada camino y sendero que llevaba hacia donde yo iba, no importaba quién lo hubiera construido ni para qué lo hubiera hecho.
—Y pagaste tu precio —dijo ella, sin dureza— millones en el Banco, miles de personas prestas a caer de rodillas cuando tú chasqueas los dedos. Algún precio. Podrías haber tenido amor.
Entonces él se interrumpió y la miró. Su cabello era mucho más fino ahora, pero siempre largo y delicado. Estiró la mano y levantó un mechón. Era blanco. Lo dejó caer.
Pensó en los bien nutridos niños de Biafra, en el aire limpio, en las playas no contaminadas, en los alimentos más baratos, en el transporte más económico, en los procedimientos más baratos de fabricación y mantenimiento, en la mayor disponibilidad de espacio para reducir la presión y la histeria durante el prolongado y lento proceso de control de la población. ¿Qué era lo que lo había llevado a negarse tanto a sí mismo, a rebelarse, a movilizar, a sacudir y quebrar el "statu quo" en la forma en que lo había hecho, más que a conformarse (¡conformarse!) con el pelo largo y una guitarra? Podrías haber tenido amor.
—Pero lo tuve —dijo entonces; sabiendo que ella nunca, nunca, podría comprenderlo, subió a su silencioso vehículo sin combustible y se fue.

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