domingo, 17 de mayo de 2009

El gallo desubicado

La primera vez que lo escuché, tipo dos y media de la tarde, pensé: Qué raro, un perro que ladra parecido a como canta un gallo. Me pasó esto algunos días. Es que donde vivo, una zona sino céntrica casi céntrica de la ciudad, no se supone que viva un gallo.

Pero, como seguía repitiéndose, comencé a registrar a qué horas lo hacía. Y, hasta hoy, tenía registrado que era aproximadamente a las dos o dos y media de la tarde y a eso de las seis o seis y media de la tarde y, algunos días, cerca de las nueve o diez de la mañana.

Claro que todas estas comprobaciones dependían de que yo estuviera en casa y, además, despierta, en esos horarios.

Entonces, pensé para mí: Con los despertadores y móviles utilizados como despertador con sonidos extraños que existen hoy día, seguramente yo pensaba que era un gallo desubicado – perdón, es que a esta altura ya tenía claro que un perro no era – y, en realidad, es el despertador de alguien que a esas horas tiene que ir a trabajar, vuelve, duerme un rato, sale a trabajar de nuevo o algo así y, además, es sordo, o no piensa en sus vecinos. O las dos cosas.

Hoy me he desvelado hablando con mi familia a trece mil kilómetros y unas horas de distancia, y son casi las seis. Y acaba de cantar el gallo, a la hora que como gallo le corresponde. Y es, indudablemente, un gallo. Resulta que en el barrio entre las estaciones Maragall y Vilapiscina de la línea azul de metro, tenemos un gallo, desubicado obviamente, por eso canta a horas tan extrañas, porque vive vaya a saber dónde, en medio de la ciudad.

Sigo preguntándome si no somos muy irrespetuosos con las funciones que les asignamos, atribuimos y a las que obligamos a los animales que pretendemos domesticar.

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