4 de agosto del 2006
En esta terracita de Plaza Sarriá siempre se está a gusto.
Así parecen estarlo quienes me rodean también, entre ellos una pareja que se sienta al lado con su hermosa perra Phibi. Color miel, ojos miel, cola y orejas largas y expresivas, ojos pincelados en negro y bordeados por bonitas pestañas.
La saludo y piropeo y su dueña me aclara que está “en esos días”; ya es la segunda vez, tiene un año y medio.
Unos minutos más tarde veo bajar por Mayor de Sarriá a un muchacho con un perro también precioso, que le haría de pareja ideal. Le comento a la dueña: - Mira, allí llega un pretendiente que le vendría perfecto. El perro viene “en la suya”, hasta que a unos cuarenta metros, su olfato le indica claramente el camino y comienza a tirar de la correa con que su dueño lo domina, hacia la interesada Phibi.
Ella también lo ha percibido, se ha dado vuelta, y se miran intensamente. Durante los instantes que tarda el "cortejante" en aceptar que el dueño seguirá adelante, ajeno a sus propios intereses caninos, por lo que desiste.
¡Hubieseis visto a Phibi! Le siguió mirando hasta que ya lo perdió de vista, se sentó, puso sus patitas delanteras bajo su mentón, con cara de perrita abandonada, y lanzó reiterados suspiros. Preciosa aún con su corazón partido.
Ellos, nuestras mascotas, son "buena gente": nos quieren, nos miman, nos respetan, juegan con nosotros, nos acompañan. Y piden realmente poco a cambio de todo lo que nos dan.
Más de una vez me pregunto hasta qué punto es justo que dominemos así sobre sus vidas.
martes, 12 de mayo de 2009
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