lunes, 18 de mayo de 2009
Vamos Juntos de Mario Benedetti
Vamos Juntos de Mario Benedetti
Con tu puedo y con mi quiero
vamos juntos compañero
compañero te desvela
la misma suerte que a mí
prometiste y prometí
encender esta candela
con tu puedo y con mi quiero
vamos juntos compañero
la muerte mata y escucha
la vida viene después
la unidad que sirve es
la que nos une en la lucha
con tu puedo y con mi quiero
vamos juntos compañero
la historia tañe sonora
su lección como campana
para gozar el mañana
hay que pelear el ahora
con tu puedo y con mi quiero
vamos juntos compañero
ya no somos inocentes
ni en la mala ni en la buena
cada cual en su faena
porque en esto no hay suplentes
con tu puedo y con mi quiero
vamos juntos compañero
algunos cantan victoria
porque el pueblo paga vidas
pero esas muertes queridas
van escribiendo la historia
con tu puedo y con mi quiero
vamos juntos compañero.
domingo, 17 de mayo de 2009
El gallo desubicado
Pero, como seguía repitiéndose, comencé a registrar a qué horas lo hacía. Y, hasta hoy, tenía registrado que era aproximadamente a las dos o dos y media de la tarde y a eso de las seis o seis y media de la tarde y, algunos días, cerca de las nueve o diez de la mañana.
Claro que todas estas comprobaciones dependían de que yo estuviera en casa y, además, despierta, en esos horarios.
Entonces, pensé para mí: Con los despertadores y móviles utilizados como despertador con sonidos extraños que existen hoy día, seguramente yo pensaba que era un gallo desubicado – perdón, es que a esta altura ya tenía claro que un perro no era – y, en realidad, es el despertador de alguien que a esas horas tiene que ir a trabajar, vuelve, duerme un rato, sale a trabajar de nuevo o algo así y, además, es sordo, o no piensa en sus vecinos. O las dos cosas.
Hoy me he desvelado hablando con mi familia a trece mil kilómetros y unas horas de distancia, y son casi las seis. Y acaba de cantar el gallo, a la hora que como gallo le corresponde. Y es, indudablemente, un gallo. Resulta que en el barrio entre las estaciones Maragall y Vilapiscina de la línea azul de metro, tenemos un gallo, desubicado obviamente, por eso canta a horas tan extrañas, porque vive vaya a saber dónde, en medio de la ciudad.
Sigo preguntándome si no somos muy irrespetuosos con las funciones que les asignamos, atribuimos y a las que obligamos a los animales que pretendemos domesticar.
miércoles, 13 de mayo de 2009
Madrugada del siguiente cumpleaños
Hoy saqué números de avisos en La Vanguardia tanto para limpieza, cuidar ancianos o niños, como para encargada de casas de relax. De los llamados que hice surgieron al menos dos que podrían ser de interés, aunque, claro, debería estar preparada para cualquier cosa.
Uno de cuidar o limpiar que incluye la probabilidad de viaje a Suiza supliendo a una interina, tengo que llevar foto y 5 €, además de los documentos. Otro de encargada en una casa de esas, que no me pidieron nombre ni teléfono y me dieron su dirección para que pase de 20 a 22 horas a entrevistarme con una tal Mary para hacer una prueba. No pregunté si pagan la prueba ni cuál es el horario, pero es de L a V 400 a la semana más comisiones. Interesante. Los demás a los que llamé trampas o no me inspiraron confianza.
Me siento rara buscando este tipo de trabajos, pero en el de cuidar pagan 8 € en mano la hora y en el que tengo 3 días esta semana y luego ya no tengo al menos hasta el 20/07 cobro 5,12 bruto la hora todo incluido y no hay continuidad. Veremos.
Que bonito modo de comenzar mis 48 años, ¿no?
Bueno, si llego a las 22 de mañana, es que a los 46 no me iba a morir finalmente y que comienza una nueva vida. Renacimiento.
Ya sé, soy consciente, de que las cosas que comento son realmente patéticas. Si vieras mi habitación, llorarías. Mis dos plantas están fuera para que no terminaran muriendo por falta de luz. Hoy compré una segunda bombilla de bajo consumo, con lo que se supone que tengo unos 180 o 200 w de luz ahora mismo. Como es de noche, no se nota y no deprime. Pero la habitación no tiene demasiada luz de día. Podés mirar bultos y colores, pero no podrías leer sin prender la luz, por ejemplo.
¿Podré escribir algún día historietas en que lo patético sea gracioso al estilo en que es capaz de hacerlo Woody Allen, por ejemplo? No estaría mal si pudiera transformar tanto sufrimiento en eso, ¿no? Tal vez pueda. No dejo de tener ilusiones y fantasías, eso me mantiene en pie. Pero soy consciente de la tristeza de mi condición. A la vez, no estoy dispuesta a bajar los brazos. Me quiero ir de esta tierra infame. Para eso necesito dinero. Tengo que conseguir hacer dinero, del mejor modo posible. No es más digno trabajar de tele-encuestadora por nada de dinero que de encargada de sauna por mucho más dinero.
Y mañana corrijo y entrego las memorias de las prácticas en el Hospital Universitario. De locos, ¿no?
Debería dar para que alguien que supiera escribir bien hiciera de esto un sainete.
Bueno, Lapizlázuli querida, gordita de mi corazón, mujer sexy, dulce e inteligente, te deseo que tengas un muy feliz cumpleaños. Te quiero mucho y estoy encantada de haberte conocido. Sos una mujer muy fuerte y muy valiente y resistente. Sos realmente bella y especial. De verdad te quiero mucho y, quedate tranquila, que a partir de ahora todo va a salir bien. ¡FELIZ CUMPLEAÑOS!
martes, 12 de mayo de 2009
46
Yo me di cuenta al poco tiempo de llegar que lo que extrañaba era no ver gente besándose en las calles. En Buenos Aires, cada día ves a unos o a varios dándose besos. Aquí es tan raro… También es raro ver hombres guapos. Puedo pasar meses sin ver ni uno. En el norte de Italia, sin embargo, no. Es como en Buenos Aires, tienes que dar vuelta la cabeza para seguir mirándolos cuando ya han pasado. Es un gusto. Tanto unos como otros tienen un porte tan varonil, tan desgarbada y elegantemente varonil…
También extraño eso…
Esta semana cumplí cuarenta y seis años. Se supone que el único sentido de la vida es vivirla. Que la única razón para seguir adelante, es que es el regalo más preciado que nos fue dado y que hay dar gracias por él, y simplemente aprovecharlo, lo mejor que se pueda, duela lo que duela. Hay que seguir adelante. Dar gracias por estar vivo.
A mí me duele desde que tengo memoria. Vivir, digo. Desde que recuerdo, desde la niñez, creo que siempre me dolió y apasionó al mismo tiempo. Soy incorregiblemente curiosa. Incorregiblemente desubicada, por lo tanto. Incorregiblemente arrojada… era, ya no soy. Ya fue. Ya me corté o me cortaron, no lo sé, las alas.
En fin, nunca encajé, siempre estuve fuera de foco, como tan genialmente muestra Woody Allen en esa película en que constantemente muestra la cara del protagonista des-enfocada. Siempre fue así.
Obvio que a veces hubo como oasis, bien de auto-engaño, bien de olvido, bien de atisbos de algún otro espejillo de colores con que mirar el mundo, que me hicieron creer que no había más dolor, que no habría más dolor. Claro que tuve de eso, no estaría aquí escribiendo esto de lo contrario. No estaría aún aquí, no hubiera llegado a mis cuarenta y seis años. Tampoco hubiera llegado hasta aquí de no ser por el amor, por aquellos a quienes amo y que me aman. Por el hermoso hijo que tuve. Supongo que por eso aún estoy aquí, por él sobre todo, aunque sepa que ya puede arreglárselas sin mí.
Bueno, era la fecha que en algún momento, hace muchos años y durante muchos años, puse como tope. Me puse como tope. Es decir: sabía que viviría hasta los cuarenta y seis. O dicho de otro modo, sabía que moriría a los cuarenta y seis.
Todavía quedan casi doce meses para que se acaben. Teóricamente al haberlos cumplido ya se acabaron, pero yo estoy acostumbrada a pensar que tengo los años xx después de haberlos cumplido. O sea, nunca pienso que ya estoy viviendo el año siguiente al que cumplí, lo cual es cierto. Y eso, sin contar con los nueve meses en la panza de mi vieja, con lo cual ya habrían pasado los cuarenta y seis hace mucho. En fin, que para mí, los cuarenta y seis acaban dentro de poco menos de doce meses.
Me he pasado casi toda la semana llorando. Tal vez sea la medicación que me cambió el lunes la homeópata, para ver si podía justamente ayudarme más profundamente, con esta sensación de decepción que hace que la muerte me aletee en la cabeza por más que lo intente evitar, por más que le oponga todos los razonamientos, por más que me sienta culpable y desagradecida.
Le he contado a la homeópata. Le he dicho que no me mataré porque no soportaría la culpa, porque no soy una hija de puta, una mala persona y hacer eso sería hacerle una maldad a los que tuvieran que cargar con mis petates y mi cadáver. Muy des-prolijo, muy desagradable y muy egoísta y de mala persona. No acepto morirme como una mala persona.
Así que aquí estoy, escribiendo esto.
En la película en la que la protagonista se suicida, cuando finalmente lo decide, ya no llora. Yo pienso que debe ser así. Que lloras mucho antes, pero cuando tienes la decisión tomada, ya no hay llanto, sólo determinación, siempre pensé que es el único modo de lograrlo: con absoluta determinación y convencimiento. Con una absoluta certeza de que ya no quieres soportar ni medio segundo más tanto dolor por dentro.
O sea, si llegara el momento de esa determinación, supongo que ya las excusas sobre no querer ser una hija de puta para con los otros, lo de no hacerles una maldad, desparecerá también, ¿no? Tal vez uno pueda llegar a ser tan egoísta, o tal vez ya no soporte más el dolor, no sé.
No lo voy a hacer. Pero si me cayera un balcón sobre la cabeza, un auto se desviara y me atropellara, o tuviera un infarto, si pasara alguna de esas cosas, entonces ya no sería mi culpa, ¿no? Ya no sería una hija de puta. También se lo conté a la homeópata. Sólo para que supiera que no voy a hacerlo, pero no me molestaría que pasara. Realmente.
Estoy muy pero muy cansada. Realmente no doy más. Sé que tengo que seguir, que tengo que seguir dando, pero la verdad verdadera es que no doy más. Esa es la verdad, al menos en este mismo momento. En que no haré nada, por supuesto, y en que tampoco moriré de un infarto, pues hasta en eso soy una desagradecida, ya que la genética me ha dotado relativamente bien, al menos en comparación con las estadísticas.
Bueno, podríamos decirlo así, entonces: como soy una desagradecida, no me merezco vivir, ¿no? Entonces, sería mucho más justo que me muriera yo que el hecho de que haya muerto el marido de Mora, o que Tod esté internado, o que pueda estar por morir Fidel Castro.
Nada es justo. Y yo tengo mucho dolor, desde muy chiquita, siempre, demasiado, mucho dolor. Toda mi vida ha sido un sobre-vivir por sobre-el-dolor.
En Viernes 3 a.m. Charlie dice: “los que no pueden más, se van”.
Mujeres de 30 años y píldora del día después
Como era de esperar, ante un método que ya ha probado tanto en las comunidades autónomas españolas en que se expende libremente como en los países en que ya se ha instaurado este sistema que evita gran cantidad de abortos, ya han comenzado a aparecer todos los detractores, criticadores, objetores de conciencia, etcétera.
Entre la gran cantidad de información que se puede encontrar en los diarios, figura la que dice que la edad promedio de la mayor cantidad de consumidoras no es, como cabría esperar, la de adolescentes, sino mujeres de treinta años.
¿Qué les pasa a las mujeres de treinta años? Se supone que han tenido ya el tiempo suficiente de informarse sobre métodos anticonceptivos. Que tienen más experiencia sexual y por lo tanto habilidad para manejar el desarrollo de una situación de excitación amorosa. ¿Cómo es que justo a esta edad resulta que se necesita más esta píldora pensada para situaciones accidentales?
¿Será que las mujeres de treinta años están tan desesperadas y solas que se exponen a situaciones de peligro con hombres que no piensan en ellas? Porque no olvidemos que para tener que utilizar la píldora del día después, hay que no haber utilizado profiláctico.
¿Será que ven que el reloj biológico les marca la hora y quieren ser madres o atrapar a un hombre con un embarazo no planificado y luego se arrepienten y salen corriendo a comprar la píldora?
¿Qué les pasa a las mujeres de treinta años con la concepción o la anticoncepción en España?
Poema inconcluso
hilvanados con placeres y desgracias.
Un montón de hilachas de futuro
enredadas entre lianas de esperanzas.
20 de octubre del 2006
Brindo por el amor, el humor y los proyectos
Algunos de nosotros, cuando éramos más chicos, pensábamos que en el 2000 los automóviles serían voladores, podríamos optar por alimentarnos con cápsulas alimenticias como los astronautas del Apolo 11, habría alguna colonia de terrícolas ya establecida en Marte, podríamos comunicarnos en tiempo real viendo su imagen con alguien a kilómetros de distancia, habría robots para limpiar la casa y para hacer toda tarea que nos resultara ingrata, que podrían ser teledirigidos e incluso dirigidos a través de la voz humana... Algunas de estas cosas ya están pasando...
Y algunos de nosotros, también nos creímos, cuando éramos más chicos, que la "salud para todos en el año 2000" sería posible. Que ya no habría niños con hambre en ningún lugar del planeta. Que la producción mundial sería suficiente para abastecer en sus necesidades vitales a todos los seres humanos y que un gobierno global se encargaría de una distribución equitativa de los recursos existentes. Que siendo necesaria menos cantidad de trabajo para producir lo mismo, gracias a los avances tecnológicos, todos tendríamos más tiempo para el ocio creativo, no para la depresión generada por el desempleo y la imposibilidad de auto-sustento. Creíamos que habría justicia, libertad, modos más humanos y civilizados de intercambio, de crecimiento y de creatividad entre las personas... Y el 2000 llegó y ninguna de estas cosas está pasando...
Tal vez por eso a algunos de nosotros el 2000 se nos pasó volando, como si hubiese quedado aplastado entre el 1999 y el 2001 que ya llega. Se nos fue como agua entre los dedos, así como los sueños de cuando éramos más chicos.
Sé que desear que en el 2000 pase lo que no pasó en el 2001, después de esperarlo tantos años, es sólo fantasear. Sé que es imposible. Que lo que no pasó en el 2000 y debería haber pasado, y debería pasar en el 2001, tal vez no pase. Que tal vez también el 2001 se escape como agua entre los dedos...
Pero aunque siga pareciendo sólo un sueño, no puedo evitar desear que sea realidad, como cuando era más chica. No puedo evitar que aquellos sueños de justicia social, de salud para todos, aunque su realización parezca imposible, sigan habitando mis deseos.
A veces, cuando la realidad nos da ganas de decir "paren el mundo, que me quiero bajar", son tal vez nuestros sueños los que nos mantienen vivos.
Decía Armando Tejada Gómez, un trovador argentino, "Ahora voy a hablar del horizonte: No importa que sea lejos. Importa saber a dónde".
De modo que en estas fiestas, les deseo que puedan seguir deseando. Y que algunos de sus deseos se realicen en sus actos. Y que puedan disfrutar de estar vivos. Y que se sientan bien e irradien ese bienestar a quienes los rodeen. Alzo entonces mi copa de sueños y brindo con ustedes por el amor, el humor y los proyectos.
Juegos de azar
Me pregunto por qué emigré.
Ya sé los motivos, numerables si bien muchos, racionales, que me decidieron a hacerlo.
Pero ahora, a cuatro años y medio de haberlo hecho y tras tanto sufrimiento, me pregunto para qué emigré.
A veces pienso si lo hice para morir en silencio, o algo parecido, sin molestar a los que más quiero.
Y me resisto a creer en eso. Quiero creer que los sueños que creía posibles aún lo son. Que aún puedo “encontrarle la vuelta”.
Pensar que si me sacara “la grande” ni siquiera tendría que preguntarme por estos temas. Pensar que si tuviera el dinero, todos los problemas, al menos los míos, estarían resueltos. Obviamente, siempre que no tuviera que pagar a un hijo o a un hermano ese dinero con “la libra de carne”, como llamaría Lacan a ese pago. Son intereses muchísimo más caros que los bancarios.
Probablemente sea una de las pocas personas en el planeta que verían resueltos sus problemas vitales con sólo contar con el dinero suficiente para cubrir sus gastos y necesidades. Bueno, no una de las pocas, pero seguramente somos un porcentaje bastante bajo.
Y, sin embargo, sí creo que soy una parte de ese porcentaje.
Es verdad que hasta hace cosa de unos tres meses, como nunca gané un premio ni siquiera en las “quermeses” de la escuela, no le daba una oportunidad a la suerte. Me refiero a que no jugaba juegos de azar, o si cada dos o tres años jugaba una apuesta en alguno, hasta olvidaba averiguar el resultado.
Hará unos tres meses jugué un jueves cuatro euros, en tres apuestas diferentes. El lunes cuando fui había recuperado los cuatro euros y me planteé “tirar” dieciséis o veinte euros al mes, ya que esa cifra no modificaría sustancialmente mis circunstancias, frente a la opción de cómo y cuánto las cambiaría que la varita mágica de la suerte me tocara. Así que desde entonces cumplo. Salvo la semana que estuve en Italia, el resto de las semanas me he obligado religiosamente a jugar y a averiguar si había ganado o no. Un par de veces recuperé un euro y una vez ocho euros con sesenta y cinco. Me emocionó tanto como si hubiera ganado un premio importante. No era nada, pero para ganar siempre nada, esa cifra era un montón. Y sigo tirando cada semana esos cuatro euros, a veces cinco. Al menos le doy la oportunidad a la suerte. O sea… si quiere tocarme, le doy ocasión. Algo que antes nunca había hecho.
También soy consciente de que lo que estoy contando indica el nivel de mi desesperación. Existen estudios sociológicos que prueban que cuanto más paupérrima está una sociedad, más crece el juego de azar. En fin, que sólo soy un número más en las estadísticas. Las de los pobres, que no por el momento las de los ganadores de juegos de azar.
Estoy muy triste y cansada. Y estoy entrampada. Pero sólo de mí depende “encontrarle la vuelta”, salir de la trampa, lograrlo. Y no quiero desistir, por más que cada día detenga mis lágrimas y me diga que no puedo dejar de intentarlo, y que no puedo ni quiero morirme, aunque a veces… cada día…
Menos mal que me sé querida por tanta gente. Que sé que soy útil a tanta otra. De no ser por eso, por los animales, los niños y las plantas, por el sol, el mar, la luna, la montaña, de no ser por la vida, que se cuela por todas las rendijas, ya no estaría aquí.
Me está costando mucho. Me está doliendo demasiado. Pero ya pasará. Todo pasa.
Phibi enamorada
En esta terracita de Plaza Sarriá siempre se está a gusto.
Así parecen estarlo quienes me rodean también, entre ellos una pareja que se sienta al lado con su hermosa perra Phibi. Color miel, ojos miel, cola y orejas largas y expresivas, ojos pincelados en negro y bordeados por bonitas pestañas.
La saludo y piropeo y su dueña me aclara que está “en esos días”; ya es la segunda vez, tiene un año y medio.
Unos minutos más tarde veo bajar por Mayor de Sarriá a un muchacho con un perro también precioso, que le haría de pareja ideal. Le comento a la dueña: - Mira, allí llega un pretendiente que le vendría perfecto. El perro viene “en la suya”, hasta que a unos cuarenta metros, su olfato le indica claramente el camino y comienza a tirar de la correa con que su dueño lo domina, hacia la interesada Phibi.
Ella también lo ha percibido, se ha dado vuelta, y se miran intensamente. Durante los instantes que tarda el "cortejante" en aceptar que el dueño seguirá adelante, ajeno a sus propios intereses caninos, por lo que desiste.
¡Hubieseis visto a Phibi! Le siguió mirando hasta que ya lo perdió de vista, se sentó, puso sus patitas delanteras bajo su mentón, con cara de perrita abandonada, y lanzó reiterados suspiros. Preciosa aún con su corazón partido.
Ellos, nuestras mascotas, son "buena gente": nos quieren, nos miman, nos respetan, juegan con nosotros, nos acompañan. Y piden realmente poco a cambio de todo lo que nos dan.
Más de una vez me pregunto hasta qué punto es justo que dominemos así sobre sus vidas.
lunes, 11 de mayo de 2009
Homenaje a Ignacio Lewkowicz
Hoy, viernes 24 de marzo. En mi tierra se conmemora el 30 aniversario del golpe de Estado de “la junta”. Las Madres de Plaza de Mayo finalmente lograron ser escuchadas y reconocidas y, por esto, ya no pelean contra el gobierno de turno. En Argentina siguen pasando cosas “raras”, como de costumbre.
Hoy, viernes 24 de marzo, a las cero horas, se inició el “alto el fuego permanente” ofrecido por E.T.A. a España para negociar la paz. Alegría y precaución en la mayoría de las expresiones razonables, desconfianza y deseos – inconfesados – de que esto no funcione, en los franquistas de derecha retrógrados obtusos y “hache de pe” de siempre, que ya no soporto y que no pueden despegarse del pasado. También aquí pasan cosas “raras”.
Y hoy, 24 de marzo, a la madrugada, supe que el 4 de abril del 2004, Ignacio, habías muerto. Con tu esposa, en un accidente de lanchas en El Tigre. Estuve de septiembre a noviembre del 2004 en Buenos Aires y nadie me lo comentó. No lo sabía.
Hoy, 24 de marzo, navegando a la madrugada, de casualidad, o por causalidad, choqué con Campo Grupal de Román, haciéndote un homenaje. ¿Por qué homenajearte con tan sólo 44 años? No los cumpliste nunca. Tu historia acabó el 4 de abril del 2004.
Han pasado cosas importantes, malas y buenas para los pueblos, un 24 de marzo. Muchas que desconozco, seguramente. Muchas que vos podrías haber reseñado, como historiador, en esta fecha importante para la tierra que nos parió. Pero para mí, Ignacio, el 24 de marzo será el día en que supe que no estabas más aquí, y sentí que la fluidez de la que hablabas, no es justa. Que la vida no es justa. Que no tiene razón de ser ni sentido, que alguien como vos ya no esté. Te extrañaré, cada vez que intente pensarnos en nuestro presente, nuestro pasado y nuestro futuro.
Y, pese a tu falta, hoy 24 de marzo del 2006, aquí donde vivo, con esa fluidez eterna que caracteriza a la naturaleza, comenzó con fuerza la primavera.
Me despertaron mis palabras
Estoy en una reunión familiar. La reunión es en un bar, no, saliendo de la reunión entro a un bar, junto con alguna otra prima, para ir al baño, el baño está espantosamente sucio, la dueña al entrar nos convida algo para comer, mis tíos Berto y no sé quiénes más van pidiendo, yo no puedo quedarme, querría tomarme un café, pero me acuerdo de que se me hizo tarde, que me tengo que ir. La dueña entra luego al baño y le digo que hace siglos que no se limpia. Había colgado mi chaqueta y pensaba abandonarla ahí, pero cambio de idea y me la vuelvo a poner. Me voy apurada porque me doy cuenta de que me olvidé que cité a una paciente antigua las 16:30 y ya es la hora. Tomo un taxi. El taxi es como una especie de silla de mimbre con forma de caparazón de tortuga boca arriba, con respaldo para el pasajero y sin división entre el conductor y el pasajero, sólo que el conductor se sienta adelante en la punta, tipo una bicicleta china o una cosa así, pero creo que es a motor, ya no lo recuerdo. Suena el móvil y es mi prima Vella para saludarme, comenta que no fue a la reunión porque al final los grandes siempre se reúnen con estas excusas y no le dan ganas (no recuerdo cuál era la excusa de la reunión), yo le comento que estoy en un taxi porque voy a llegar tarde, que me hubiera quedado a tomar un café, pero que tenía que estar 16:30 y ya pasaron, que en cuanto cortemos llamo para avisarle a la paciente. En eso veo que el tipo para en una calle transversal, a mitad de cuadra, donde sobre mano izquierda hay una casa tipo conventillo con la puerta abierta y dice que mientras yo hablo se va a tomar un cafecito. Le grito que no, que si no ve que estoy apurada e insiste, ya bajado del taxi. Le digo a Vella que hablamos en otro momento y corto. Le exijo que se suba al taxi y siga camino y que de lo contrario no le pagaré ni un céntimo del viaje y dice que le pague hasta ahí. Enojadísima le grito que de ninguna manera, que no le pagaré nada si no me lleva a destino y que lo denunciaré y que si no se da cuenta de los minutos que me está haciendo perder. Se sube y continúa. Yo estoy por explotar. Ya ni pienso en llamar a la paciente, le explicaré algo cuando llegue. Pasamos por la esquina de Charcas con una de esas antes de Scalabrini Ortiz, no me acuerdo el nombre, y se dirige hacia Paraguay, me parece que está bien, y cuando llega a Paraguay a esa altura la calle está toda rota y no se puede doblar a la izquierda, hay que retroceder y tomar Mansilla, es la única forma. Se pone a decir que hasta aquí llegamos y vuelvo a ponerme loca, que me lleve a destino o no le pago nada, me dice que le de 10 euritos y ya está y le digo que está loco, que si no me lleva no le pienso dar ni medio centavo. Da marcha atrás y toda la vuelta necesaria para retomar por Mansilla y a la siguiente esquina en que puede doblar a la derecha, lo hace. Y allí, viendo que enseguida vuelve a Paraguay que está rota, es que enojadísima le digo: “Siga por Mansilla, la puta que lo parió, siga por Mansilla, ¿no vió que ahí está todo roto?!” (Mientras con mi mano derecha indico la dirección hacia mi izquierda). Mi propia voz me despertó, tanto como mi gesto real indicando hacia la izquierda, y recordé que era Charcas esquina Bulnes, hasta ese momento no había podido recordar justo con qué esquina, porque hacía mucho tiempo que no iba. Eran las 8:45 de la mañana del domingo 8 de febrero del 2009, en mi estudio en Barcelona.
Me vuelvo a la cama a ver si puedo dormir unas horas más. Me tomé un miligramo de alprazolam para lograrlo. Como tenía la pc aquí abierta, decidí escribirlo ahora, es seguro que difícilmente luego recordaría siquiera las palabras que me habían despertado. No soy de las que hablan ni en sueños ni en pesadillas. También pude ir al baño, que estaba llena y hacía ahora dos o tres días que no iba. Ojalá descargue todo. Toda la mierda.
"Zapatos marrones" de Theodore Sturgeon
—Ojalá te hubieras mantenido siempre como fuiste —le decía ella— quejándose de noche, saltando de la cama y caminando en la oscuridad, sin decir jamás por qué; dejándonos que pasáramos hambre, sin que te importara cómo vivíamos o cómo estábamos. Solía regañarte por ello, pero en realidad, nunca me importó demasiado. Lo soportaba sin problema, y lo hubiera seguido soportando siempre, porque a pesar de todo hacías lo tuyo, eras un alma libre.
—Siempre viví como me pareció —dijo Mensch— y te expliqué el porqué.
Ella hizo un sonido que pareció ser de asco.
—¿Quién hubiera podido comprenderlo? —Era una forma de decir basta, una vieja forma, algo que había recordado, elaborado y no comprendido durante años, algo que la hacía sentir cansada—. Y solías amar a los seres humanos. Verdaderamente amarlos; como cuando aquel muchacho rompió la toma de agua y la luz de la calle de enfrente de casa, y tú te mantuviste firme frente al alboroto y a los abogados, y conseguiste enviarlo al hospital, librándolo de firmar nada comprometedor, porque pensaste que no lo había hecho con mala intención. O la vez que pusiste patas para arriba el hotel barato aquel, para hallar la dentadura postiza de Víctor, y se la llevaste a la cárcel. Y todo el tiempo que te pasabas esperando en el hospital, a que le hicieran el tratamiento a aquella señora, no he olvidado su nombre, que se sentía tan mal por su cáncer de garganta, y a quien luego acompañabas a casa, a pesar de que casi no la conocías. No había nada que no hicieras para ayudar a tus semejantes.
—Siempre hice todo lo que pude, nunca me evadí.
Ella hizo un gesto de desprecio.
—Si, igual que Henry Ford o Andrew Carnegie, o la familia Krupp. Le dan trabajo a millones de personas, y pagan miles de millones de dólares en impuestos. Me conozco esa historia de memoria.
—Mi historia no es la misma —respondió él dulcemente.
Entonces ella lo dijo, sin odio y sin pasión, sin demasiado énfasis, lo dijo con una voz apagada.
—Nos amábamos y tú renunciaste.
Se amaban. Ella se llamaba Fauna; y era una broma privada: Fauna, lo animal, y Mensch, lo humano. Y todo lo que había entre ellos. "Sodoma se avecina" decía él citando mal a Chaucer. "Alto canta el cornudo" (porque ella tenía un esposo entre las lecciones de clavicordio, las alfombras de manufactura casera sin terminar, el proyecto de una obra de teatro y todos los otros planes que guardaba en la buhardilla de su vida).
Mensch fue el primero a quien ella hubiera podido permanecer constante. Era una de esas personas que esperan a que llegue lo trascendente, olvidando todo lo otro que se les presenta. en cuanto se dan cuenta de que no es lo que deseaban. Cuando alguien así tiene la fortuna de hallarlo, es para siempre, y los demás dicen: "¡Como has cambiado!" Aunque no ha cambiado.
Pero sucede que cuando lo trascendente llega hasta su vida, y no funciona como es debido, ya nunca más terminará nada. Nunca.
Eran muy jóvenes cuando se conocieron y ella tenía una casita en un bosque cerca de una ciudad de esas que tienen la reputación de ser centro de turistas, de artesanos y de artistas, y que, en algunas ocasiones hacen honor a su fama. La gente rara no es mal mirada allí, exigiéndosele solamente que (a) atraiga, o por lo menos no espante, a los turistas; y (b) que nunca se haga rica. Nada perturba mas a la gente que realmente lleva las riendas de una ciudad que alguien que llegue a ganar mucho dinero. La gente comienza a escucharlo y eso podría cambiar el estado de cosas. Fauna no deseaba cambiar nada. Era una chica bonita y esbelta, a quien le gustaba ir desnuda debajo de vestidos amplios y muy largos, y cuidar de todas las cosas enfermas siempre que no fueran capaces de hablar: pájaros con las alas rotas, filodendros y objetos similares. Y agreguemos a esto mucha música. Mucha en cantidad, y de distintos tipos. También le gustaba hacer con habilidad cosas que no terminaría hasta que lo trascendental llegara a su vida. Tenía un título de propiedad en regla de la casita donde vivía, y un trabajo por medio día en una de las tiendas del lugar. Era pintoresca, no pedía nada y jamás se veía involucrada en marchas, peticiones o cosas así. Consideraba que se debía ser bondadoso con todo el mundo, y pensaba... bien, diremos que en realidad no pensaba, sino que sentía que si es bondadoso, esa dulzura se desparramará por todo el mundo, como un bálsamo curativo, y que eso es lo que se debe hacer para luchar contra las guerras y la injusticia. Así que la aceptaban y casi diría que la aprobaban en el medio que la circundaba, incluso pavimentaron la calle que pasaba frente a su casa, y colocaron la luz y la boca de incendios.
Mensch entró en este panorama con cabello largo, guitarra a su espalda, una cabeza llena de buenos libros y una gran cantidad de inquietudes. Comenzó a vivir con Fauna al día siguiente que ella descubrió que su guitarra estaba afinada como un laúd. El también tenía manos hábiles, y terminaba lo que empezaba, completando la tarea con la manufactura de otros doce objetos iguales: hermosas bases para las listas de las compras de la cocina, hechas con maderas locales trabajadas a mano, que tenían un filo en el extremo para poder cortar un trozo de papel grande o pequeño, adornos para chimeneas y peladores de manzanas, que podían venderse en las pintorescas tiendecitas del lugar, con lo cual se ganaba la vida. También sabía de transistores, de engranajes helicoidales, eslabonamientos excéntricos y cosas corno pilas de combustibles y otras similares. Comenzó a manipular mucho en el cuarto de atrás con imanes, ejes y líquidos coloreados de distintos tipos, y un día tuvo una idea, a raíz de la cual se lo vio jugando con tijeras, cartones y algunas partes de metal. Lo que hizo era sobre todo un marco con un rotor, pero estaba hecho con ciertas cosas, de una cierta manera. Cuando lo terminó de armar, el rotor comenzó a andar, y comprendió. Hizo ciertos arreglos en el rotor, que estaba construido sobre todo con cartón, y éste emitió un sonido agudo y comenzó a girar con tal velocidad que el eje, hecho con un material precario y barato, gastó el punto de apoyo que tenía en el cartón y voló a través del cuarto, desparramando pedacitos de metal. El no hizo ningún esfuerzo por juntar las partes desprendidas, sino que se levantó y entró al otro cuarto. Fauna lo miró, corrió hacia él y le prguntó: "¿Qué te pasa, qué sucede?" pero el se limitó a mirarla de nuevo en silencio, con un aspecto totalmente anonadado, mientras las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas. No pareció darse cuenta.
Entonces fue cuando él comenzó a gemir en sueños, saltando luego de la cama y caminando en medio de la noche, en la oscuridad. Cuando, años más tarde, ella le reprochó el que no le hubiera contado nada, él admitió que era verdad, pero lo que en realidad pasó fue que en ese momento él le explicó que lo que tenía en la cabeza era tan importante que algunas personas podrían matarlo para enterarse y robarle el invento, u otros para que jamás se pudiera poner en práctica, y que no le contaba lo que era, porque la amaba y no quería que estuviera en peligro. Fauna lloró mucho y le dijo que él no confiaba en ella, pero él le respondió que aunque confiaba plenamente, su deseo era protegerla y no echarla como pasto a los lobos. También dijo, y a esto se debían todos sus quejidos y sus paseos nocturnos, que lo que tenía en la cabeza podía hacer que los desiertos florecieran y posibilitaría el alimentar a quienes sufrieran hambre en todo el mundo, pero que sí se usaba indiscriminadamente podría convertirse en una plaga, no por lo que era sino por lo que la gente haría y que el primero que muriera a raíz de eso, moriría por causa suya, y eso era una idea que no podía soportar. Tenía que tomar una decisión, pero antes le era necesario saber si la muerte de una persona era un precio demasiado grande para la felicidad y seguridad de millones y si la muerte de varios miles se justificaría frente a la posibilidad de terminar definitivamente con la pobreza. Agregó que sabía historia y psicología, además de tener la mente de un matemático y unas manos hábiles y que, por lo tanto, era plenamente consciente de lo que sucedería si tomaba una u otra decisión. Por ejemplo, sabía a quienes podía pasarle la idea y la responsabilidad a cambio de suficiente dinero para mantenerlo a él, a Fauna y a un par de cientos de amigos íntimos, si era necesario, con todo lujo, durante el resto de sus días.
Todo lo que tendría que hacer sería firmar unos papeles y ver su invento para siempre enterrado en la caja de seguridad de alguna gigantesca compañía, porque había por lo menos tres potencias industriales que se disputarían el privilegio. O lo matarían.
También pensó en la posibilidad de hacer grandes cantidades de copias de su invento y desparramarlas sobre varias ciudades de todo el mundo. O de hallar científicos e ingenieros competentes y éticos para formar un grupo que se encargaría de la manufactura y del patentamiento del artefacto, usándolo solamente para el bien. Bien, pero eso puede hacerse con un nuevo raticida o con una máquina de coser perfeccionada, pero no con algo suficientemente potente como para cambiar la faz de la tierra, eliminar el hambre, el "smog" y la indiscriminada explotación de materias primas; y menos porque podría terminar con la industria petroquímica (excepto en lo que respecta a las pinturas y a los plásticos), las compañías eléctricas, los motores de combustión interna y todo lo que se refiriera a su fabricación y al combustible que las mantiene en marcha, llegando incluso a sustituir la energía atómica en la mayoría de los casos.
Mensch trató de decidirse a no hacer nada, lo que causó los quejidos y los paseos nocturnos, pero no lo logró. La idea lo atormentaba. Entonces decidió actuar e imaginó los pasos a seguir. Su primera parada fue en la barbería de la ciudad.
Fauna no dijo nada por esto ni tampoco cuando él se consiguió un trabajo en Flextronica, el centro local de industria liviana, que tenía un contrato con el gobierno para fabricar partes de computadoras y que era despreciada por el núcleo de la ciudad que se dedicaba al arte, a la literatura y a las bibliotecas. La necesidad de mantener un horario regular la apabulló y a pesar de que él actuaba igual en la casa (si bien su aspecto físico no era el mismo), la muchacha comenzó a preocuparse mucho. Nunca había visto tanta cantidad de dinero junto como la que él traía los días de pago y por primera vez en su vida tuvo que mantenerse tozudamente dedicada a remendar, improvisar y actuar como antes, sin tener que dar como excusa la pobreza. Las explicaciones que se daba para vivir en la misma forma parecían tener cada vez menos fuerza, cosa que la tornó aún más empecinada y más rara. Y luego él compró un coche, cosa que ella consideró una verdadera inmoralidad.
Lo que la desgarró, fue que alguien le contó que él había ido a la reunión de la comisión de vecinos cosa que ella nunca había hecho, y que había propuesto que se dictaran ordenanzas prohibiendo sentarse sobre el césped de los parques, tocar instrumentos musicales, nadar en el lago cercano luego de la puesta del sol y, por último, contratar más policías. Cuando ella le pidió una explicación, él la miró tristemente durante un largo rato, sin negar la acusación pero rehusándose a discutirla y finalmente se fue.
Se alquiló un cuarto limpio en una casa de huéspedes muy respetable cerca de la fábrica, trabajó como un condenado hasta lograr su diploma y luego continuó concurriendo a cursos nocturnos hasta que logró otro título más. Comenzó a merodear alrededor del lugar donde se reunía la Legión las noches de los sábados, tomó un poco de cerveza pero convidó a todo el mundo con mucho whisky. Aprendió una gran cantidad de chistes sucios y los contaba calculadamente: dos tercios sexo, un tercio letrina.
Finalmente pidió licencia en su puesto, adonde había llegado ahora a jefe de sección y se trasladó río abajo hasta una ciudad universitaria donde siguió estudiando para lograr un título de posgraduado en ingeniería, mientras que de noche comenzó a estudiar derecho.
La vida se le había tornado muy difícil porque tenía que cuidar cada monedita y seguir manteniendo sus pantalones planchados y sus zapatos marrones bien lustrados, cosa que siempre hizo. Halló tiempo para concurrir a la iglesia local y terminó siendo un miembro distinguido de la comunidad religiosa, tomando siempre como texto de referencia las homilías del Almanaque del Pobre Ricardo, de Franklin y citándolas (tal como lo hacía el autor) como si creyera en ellas.
A su debido tiempo rediseñó su invento, no con cartones y cola, sino con materiales debidamente fabricados que tenían mucho de trampa y que estaban bobinados en forma tal que los efectos se anulaban.
Entonces llevó todos sus diplomas de graduado, de posgraduado, los trabajos científicos que había publicado, sus patentes y su meticuloso corte de cabello, conjuntamente con una carta de presentación de su pastor, a un Banco, donde obtuvo suficiente dinero en préstamo como para comprar una compañía próxima a la ruina, que fabricaba cintas conductoras portátiles. Allí terminó de completar su invento y salió a la callé a tratar de venderlo. Se vendió magníficamente bien. Así debía ser. Permitía que un acumulador de automóvil de seis voltios se cargara durante un año, sin necesidad de ser reemplazado ni recargado, cosa que no era extraña porque la carga era alimentada por un pequeño bultito negro casi escondido, que a pesar de su tamaño insignificante y de no requerir combustible, movilizaba las piezas necesarias indefinidamente, hasta que había que reemplazar las partes mecánicas.
No pasó mucho antes de que la competencia comenzara a comprar su invento y a desarmarlo minuciosamente, para tratar de ver de donde venía tan obscena eficiencia. Las trampas que había armado fueron capaces de vencer a la mayoría, pero uno o dos jóvenes inteligentes, conjuntamente con algún canoso experto, pudieron llegar a la conclusión de que ese bultito tan pequeño hacía girar la pieza indefinidamente sin combustible, y a considerar la maravilla que sería si se colocara tal cosa en un automóvil o en un aeroplano. O bien si se deseara extraer agua en el desierto o generar luz y energía en las perdidas montañas y selvas, sin tener que construir caminos o vías ferroviarias ni tender cables conductores. Alguno de estos hombres fueron a verlo a Mensch. El los contrató, ligándolos con lazos de dinero y con otros beneficios o los hizo vigilar a fin de disuadirlos, o los desacreditó o, cuando hizo falta, los arruinó.
Inevitablemente, llegó el día en que alguien fue capaz de reproducir el efecto Mensch, pero para ese entonces su descubridor ya poseía toda una bien montada oficina llena de abogados con lápices de buenas puntas y claras instrucciones al respecto. El hábil operador que había duplicado el efecto y que había invertido todo lo que tenía y todo lo que pudo pedir prestado, en esa tarea, se encontró en tal lío de vueltas y revueltas legales, que vendió su planta a Mensch a precio de costo y aceptó, agradeciendo su trabajo que le permitía continuar al frente de la misma. Digamos que ese fue el primero.
Entonces aparecieron los militares. Pero Mensch ya estaba listo para enfrentarlos y a sus planes de apoderarse de sus patentes en nombre de la necesidad de la nación. Permitió entonces que en el juego de tira y afloje lo fueran ascendiendo de posición a medida que sus negativas eran cada vez más decididas y que las amenazas eran cada vez más y más tremendas, hasta que se lo vio emerger en la cima del grupo de civiles que eran los que les daban órdenes. Este encuentro fue propiciado por un obispo, porque en ningún momento Mensch había pasado por alto sus deberes para con su iglesia, incluyendo sus donaciones, sus concurrencias a las escuelas de vacaciones bíblicas, a los almuerzos campestres o a las quermeses. Y Mensch, en este pináculo de riqueza, poder y respetabilidad, pudo enseñarle al presidente los documentos que había colocado por duplicado en un Banco suizo, los cuales, el día que sus patentes fueran amenazadas por los militares, determinarían la donación de las mismas a los institutos de investigación de Albania y de otros países situados al Norte y al Este. Así fue como no lo molestaron más.
El año siguiente, un auto propulsado por el efecto Mensch ganó la carrera de Indianápolis. No era tan veloz como los Granatelli; simplemente, lo que sucedió fue que continuó andando, dando vueltas y vueltas sin parar en ningún momento. Por supuesto, al comienzo las cosas quedaron como paralizadas, pero la conclusión inevitable fue que la industria del automóvil capituló y con ella la gente de los combustibles fósiles. Luego, siguieron la energía y la luz eléctrica y, a medida que el gas, el vapor y los motores diesel resultaron obsoletos fueron reemplazados por los que se movían gracias al efecto Mensch, y entonces las plantas atómicas comenzaron a esperar su turno.
Fue inmediatamente después de la victoria lograda en Indianápolis que Mensch donó las patentes a Albania, de todos modos, porque, claro está, nunca dijo que no lo haría, y el invento rápidamente llegó a surgir en Hong-Kong y de ahí a desplazarse al continente.
La Unión Soviética clamaba a quien quisiera oírle, que el efecto Mensch había sido descubierto por Sidkovsky, quien lo había dejado de lado por hallarse más interesado en los cohetes, pero ni siquiera los rusos pudieron mantener tales asertos durante mucho tiempo sin echarse a reír ellos también, y comenzaron a tratar de vencer a todas las otras naciones en su deseo de perfeccionar el invento. Ningún tipo de trampa podría sobrevivir frente a una situación como esta, puesto que las trampas necesitan verdaderas enredaderas de leyes sobre patentes para crecer y prosperar, y no pasó mucho tiempo antes de que los soviéticos (en realidad fue un científico checo, lo que es lo mismo ¿no es así?, bueno, los soviéticos decían que era lo mismo) pudieran proclamar a los cuatro vientos que habían mejorado y refinado el invento, reduciéndolo a un simple marco que daba apoyo a una parte móvil, el rotor, realizados ambos en sustancias muy comunes que una vez bien armadas funcionaba inmediatamente. Por supuesto, eran el mismo marco y rotor con los que Mensch, lleno de terror y de lágrimas, había comenzado su larga carrera y el "perfeccionamiento" checo, o sea soviético, fue como todo lo otro, algo que él había previsto y planeado. Porque ahora no había un sólo taller de mecánico, por humilde que fuera, en todo el mundo, que no comenzara su día poniendo en marcha los rotores de Mensch. Las infracciones a las leyes de patentes ocurrían tan a menudo, que ni siquiera el alto rascacielos que Mensch mantenía lleno de águilas legales hubiera podido detener su curso. Y no trataba de hacerlo, porque...
Por segunda vez en la historia moderna (la primera fue cuando un hombre extraordinario llamado Kemal Ataturk actuó en forma similar) alguien que había llegado a una posición de dictador de una nación, abdicaba luego de haber alcanzado su meta. No le importó un bledo a Mensch que los sabios escritores de editoriales, con sus cultos dedos índices colocados sobre las partes laterales de la nariz, señalaran que se había vencido a sí mismo, que había estremecido su propio imperio, al extender sus límites y que al haber liberado sus patentes al dominio público, sólo estaba haciendo un trágico y vacío gesto hacia lo inevitable. Mensch sabía lo que había hecho y por qué, y lo que otra gente pensaba no era de su incumbencia.
—Lo que sí importa —le dijo a Fauna, en su casita pequeña cerca de la boca de incendios y del farol de la calle— es que no existe una sola choza en Africa o en Asia donde no puedan extraer agua, arar la tierra, o calentar y alumbrar sus hogares, gracias a una planta energética lo suficientemente simple como para ser fabricada por cualquier mecánico, en cualquier taller precario. Las pequeñas mueven juguetes o trasladan rocas. Las grandes pueden dar luz a una ciudad. Tiran de los vagones de los trenes o afilan la punta a los lápices, sin requerir combustible. Actualmente, el agua desalinizada del Mediterráneo se vuelca en el Norte del Sahara. Allí se construirán nuevas ciudades, tal como las había hace cinco mil años. En diez años más el aire estará considerablemente más limpio, y ya la demanda de petróleo ha descendido tanto que se han interrumpido casi las perforaciones. "Tener" y "no tener" ya no significan más lo mismo, porque todos tenemos acceso a energía barata. Y por eso lo hice, ¿te das cuenta?
Realmente, se lo veía muy interesado en que ella lo comprendiera.
—Te cortaste el pelo —le dijo ella con amargura—. Usaste esos horribles zapatos y te convertiste en un... en un tifón.
—En un "tycoon" —la corrigió él, con aire ausente—. Pero, Fauna, escúchame. Recuerda cuando éramos jóvenes, las protestas y los alborotos que se armaban en las universidades. Trata de pensar, entonces en un pequeño aspecto de la situación. Suponte que un grupo de estudiantes quisiera tomar el edificio de la administración. ¿Cómo lo haría? Por la fuerza, llenando los caminos y los senderos. ¡Oh! ¡Escúchame! —porque ella había comenzado a menear la cabeza y a abrir la boca para interrumpirlo— por los caminos y senderos. Pero cuando estos fueron construidos, los planificadores y arquitectos no los pusieron allí para ser usados de tal manera ¿verdad? Pero no importa, cuando la multitud quiere llegar al edificio de la administración, utiliza el camino que encuentra hecho. Y esto es todo lo que yo hice. El modo de obtener lo que yo quería, era con el pelo corto, con los zapatos marrones, con la publicación de trabajos de posgraduados, con los Bancos, con las oficinas y con el gobierno y con todas esas cosas que estaban allí para que yo las utilizara.
—No te hacía falta todo eso. Yo creo que lo que realmente querías era movilizar las cosas y sacudirlas para figurar en los periódicos y en los libros de historia. Podrías haber fabricado tu motorcito en esta casa, haberlo enseñado a la gente y vendido mientras te quedabas aquí tocando la guitarra y todo hubiera sucedido exactamente igual.
—Pues no, te equivocas —respondió Mensch— ¿no sabes, acaso, en qué clase de mundo vivimos? Vivimos en un mundo en el cual, si un hombre presenta una curación segura para el cáncer y por otra parte se ha casado con su hermana, sus vecinos quemarían meticulosamente su casa junto con todas sus anotaciones. Si un hombre ha construido la más bella torre del país y luego comienza a creer que Satán debiera ser adorado, se haría saltar por el aire su torre. Conozco un grande y conmovedor libro escrito por una mujer que más tarde se volvió loca y escribió libros insanos y nadie más quiso ya leer su gran libro original. Podría citar tres tipos de tratamientos psiquiátricos capaces de cambiar la faz de la tierra, pero cuyos descubridores fueron a parar a institutos para insanos y a las creencias llamadas religiones e hicieron el papel de tontos, tontos peligrosos en ese sentido, y nadie quiere ahora saber nada de sus descubrimientos previos. Grandes políticos no pudieron llegar a ser grandes gobernantes porque eran divorciados. Y yo no iba a permitir que el aparato Mensch fuese robado o sepultado o sometido a burla y olvido, sólo porque yo tenía el pelo largo y tocaba la guitarra. Tú sabes que es fácil tener el pelo largo y tocar la guitarra y ser amable con la gente, cuando todos alrededor hacen lo mismo. Mucho más difícil resulta ser el primero que hace algo porque entonces debes pagar un precio, se mofan de ti, te apedrean y te aíslan.
—De modo que, para evitarlo, te uniste a ellos —dijo Fauna en forma acusadora.
—Me valí de ellos —replicó llanamente— aproveché cada camino y sendero que llevaba hacia donde yo iba, no importaba quién lo hubiera construido ni para qué lo hubiera hecho.
—Y pagaste tu precio —dijo ella, sin dureza— millones en el Banco, miles de personas prestas a caer de rodillas cuando tú chasqueas los dedos. Algún precio. Podrías haber tenido amor.
Entonces él se interrumpió y la miró. Su cabello era mucho más fino ahora, pero siempre largo y delicado. Estiró la mano y levantó un mechón. Era blanco. Lo dejó caer.
Pensó en los bien nutridos niños de Biafra, en el aire limpio, en las playas no contaminadas, en los alimentos más baratos, en el transporte más económico, en los procedimientos más baratos de fabricación y mantenimiento, en la mayor disponibilidad de espacio para reducir la presión y la histeria durante el prolongado y lento proceso de control de la población. ¿Qué era lo que lo había llevado a negarse tanto a sí mismo, a rebelarse, a movilizar, a sacudir y quebrar el "statu quo" en la forma en que lo había hecho, más que a conformarse (¡conformarse!) con el pelo largo y una guitarra? Podrías haber tenido amor.
—Pero lo tuve —dijo entonces; sabiendo que ella nunca, nunca, podría comprenderlo, subió a su silencioso vehículo sin combustible y se fue.
"El potro salvaje" de Horacio Quiroga
Era un caballo, un joven potro de corazón ardiente, que llegó del desierto a la ciudad a vivir del espectáculo de su velocidad.
Ver correr a aquel animal era, en efecto, un espectáculo considerable. Corría con la crin al viento y el viento en sus dilatadas narices. Corría, se estiraba; se estiraba más aún, y el redoble de sus cascos en la tierra no se podía medir. Corría sin reglas ni medida, en cualquier dirección del desierto y a cualquier hora del día. No existían pistas para la libertad de su carrera, ni normas para el despliegue de su energía. Poseía extraordinaria velocidad y un ardiente deseo de correr. De modo que se daba todo entero en sus disparadas salvajes y ésta era la fuerza de aquel caballo.
A ejemplo de los animales muy veloces, el joven potro tenía muy pocas aptitudes para el arrastre. Tiraba mal, sin coraje, ni bríos, ni gusto. Y como en el desierto apenas alcanzaba el pasto para sustentar a los caballos de pesado tiro, el veloz animal se dirigió a la ciudad para vivir de sus carreras.
En un principio entregó gratis el espectáculo de su gran velocidad, pues nadie hubiera pagado una brizna de paja por verlo -ignorantes todos del corredor que había en él-. En bellas tardes, cuando las gentes poblaban los campos inmediatos a la ciudad -y sobre todo los domingos-, el joven potro trotaba a la vista de todos, arrancaba de golpe, deteníase, trotaba de nuevo husmeando el viento para lanzarse al fin a toda velocidad, tendido en una carrera loca que parecía imposible superar y que superaba a cada instante, pues aquel joven potro, como hemos dicho, ponía en sus narices, en sus cascos y en su carrera todo su ardiente corazón.
Las gentes quedaron atónitas ante aquel espectáculo que se apartaba de todo lo que acostumbraban ver, y se retiraron sin apreciar la belleza de aquella carrera.
-No importa -se dijo el potro alegremente-. Iré a ver un empresario de espectáculos, y ganaré, entretanto, lo suficiente para vivir.
De qué había vivido hasta entonces en la ciudad apenas él podía decirlo. De su propia hambre seguramente y de algún desperdicio desechado en el portón de los corralones. Fue, pues, a ver a un organizador de fiestas.
-Yo puedo correr ante el público -dijo el caballo-, si me pagan por ello. No sé qué puedo ganar; pero mi modo de correr ha gustado a algunos hombres.
-Sin duda, sin duda... -le respondieron-. Siempre hay algún interesado en estas cosas... No es cuestión, sin embargo, de que se haga ilusiones... Podríamos ofrecerle, con un poco de sacrificio de nuestra parte...
El potro bajó los ojos hacia la mano del hombre, y vio lo que le ofrecían: era un montón de paja, un poco de pasto ardido y seco.
-No podemos más... Y así mismo...
El joven animal consideró el puñado de pasto con que se pagaban sus extraordinarias dotes de velocidad, y recordó las muecas de los hombres ante la libertad de su carrera, que cortaba en zig-zag las pistas trilladas.
-No importa -se dijo alegremente-. Algún día se divertirán. Con este pasto ardido podré, entretanto, sostenerme.
Y aceptó contento, porque lo que él quería era correr. Corrió, pues, ese domingo y los siguientes, por igual puñado de pasto cada vez, y cada vez dándose con toda el alma en su carrera. Ni un solo momento pensó en reservarse, engañar, seguir las rectas decorativas por halago de los espectadores, que no comprendían su libertad. Comenzaba al trote, como siempre, con las narices de fuego y la cola en arco; hacía resonar la tierra en sus arranques, para lanzarse por fin a escape a campo traviesa, en un verdadero torbellino de ansia, polvo y tronar de cascos. Y por premio, su puñado de pasto seco, que comía contento y descansado después del baño.
A veces, sin embargo, mientras trituraba con su joven dentadura los duros tallos, pensaba en las repletas bolsas de avena que veía en las vidrieras, en la gula de maíz y alfalfa olorosa que desbordaba de los pesebres.
-No importa -se decía alegremente-. Puedo darme por contento con este rico pasto.
Y continuaba corriendo con el vientre ceñido de hambre, como había corrido siempre.
Poco a poco, sin embargo, los paseantes de los domingos se acostumbraron a su libertad de carrera, y comenzaron a decirse unos a otros que aquel espectáculo de velocidad salvaje, sin reglas ni cercas, causaba una bella impresión.
-No corre por las sendas como es costumbre -decían-, pero es muy veloz. Tal vez tiene ese arranque porque se siente más libre fuera de las pistas trilladas.
En efecto, el joven potro, de apetito nunca saciado y que obtenía apenas de qué vivir con su ardiente velocidad, se empleaba a fondo por un puñado de pasto, como si esa carrera fuera la que iba a consagrarlo definitivamente. Y tras el baño, comía contento su ración -la ración basta y mínima del más oscuro de los más anónimos caballos-.
-No importa -se decía alegremente-. Ya llegará el día en que se diviertan.
El tiempo pasaba, entre tanto. Las voces cambiadas entre los espectadores cundieron por la ciudad, traspasaron sus puertas, y llegó por fin un día en que la admiración de los hombres se asentó confiada y ciega en aquel caballo de carrera. Los organizadores de espectáculos llegaron en tropel a contratarlo, y el potro, ya de edad madura, que había corrido toda su vida por un puñado de pasto, vio tendérsele, en disputa, apretadísimos fardos de alfalfa, macizas bolsas de avena y maíz -todo en cantidad incalculable- por el solo espectáculo de su carrera.
Entonces el caballo tuvo por primera vez un pensamiento de amargura, al pensar en lo feliz que hubiera sido en su juventud si le hubieran ofrecido la milésima parte de lo que ahora le introducían gloriosamente en el gaznate.
-En aquel tiempo -se dijo melancólicamente-, un sólo puñado de alfalfa como estímulo, cuando mi corazón saltaba de deseos de correr, hubiera hecho de mí el más feliz de los seres. Ahora estoy cansado.
En efecto, estaba cansado. Su velocidad era, sin duda la misma de siempre y el mismo espectáculo de su salvaje libertad. Pero no poseía ya el ansia de correr de otros tiempos. Aquel vibrante deseo de tenderse a fondo, que antes el joven potro entregaba alegre por un montón de paja, precisaba ahora toneladas de exquisito forraje para despertar. El triunfante caballo pesaba largamente las ofertas, calculaba, especulaba finamente en sus descansos. Y cuando los organizadores se entregaban por último a sus exigencias, recién entonces sentía deseos de correr. Corría entonces como él sólo era capaz de hacerlo; y regresaba a deleitarse ante la magnificencia del forraje ganado.
Cada vez, sin embargo, el caballo era más difícil de satisfacer, aunque los organizadores hicieran verdaderos sacrificios para excitar, adular, comprar aquel deseo de correr que moría bajo la presión del éxito. Y el potro comenzó entonces a temer por su prodigiosa velocidad, si la entregaba toda en cada carrera. Corrió, entonces, por primera vez en su vida, reservándose, aprovechándose cautamente del viento y las largas sendas regulares.
Nadie lo notó -o por ello fue acaso más aclamado que nunca- pues se creía ciegamente en su salvaje libertad para correr.
Libertad... No, ya no la tenía. La había perdido desde el primer instante en que reservó sus fuerzas para no flaquear en la carrera siguiente. No corrió más a campo traviesa, ni contra el viento. Corrió sobre sus propios rastros más fáciles, sobre aquellos zigzags que más ovaciones habían arrancado. Y en el miedo, siempre creciente, de agotarse, llegó un momento en que el caballo de carrera aprendió a correr con estilo, engañando, escarceando cubierto de espuma por las sendas más trilladas. Y un clamor de gloria lo divinizó.
Pero dos hombres que contemplaban aquel lamentable espectáculo, cambiaron algunas tristes palabras.
-Yo lo he visto correr en su juventud -dijo el primero-, y si uno pudiera llorar por un animal, lo haría en recuerdo de lo que hizo este mismo caballo cuando no tenía qué comer.
-No es extraño que lo haya hecho antes -dijo el segundo-. Juventud y Hambre son el más preciado don que puede conceder la vida a un fuerte corazón.
Joven potro: tiéndete a fondo en tu carrera, aunque apenas se te dé para comer. Pues si llegas sin valor a la gloria por pingüe forraje, te salvará el haberte dado un día todo entero por un puñado de pasto.
Comencemos por el principio...
El principio de este blog es compartir dos cuentos que marcaron mi vida y continúan teniendo en mí la misma fuerza, aproximadamente treinta años más tarde.
Uno es de Horacio Quiroga y se llama El potro salvaje. Forma parte de un libro de cuentos suyos llamado La gallina degollada y otros cuentos. El otro es de Theodore Sturgeon y se llama Zapatos marrones. Y es uno de los cuentos de su libro publicado bajo el título Nuevamente Sturgeon.
Ambos libros son geniales. Pero a mí estos dos cuentos, en particular, me dijeron de entrada y me siguen diciendo mucho. Por eso quiero compartirlos aquí.